Douhairet-Porcheret
El dominio Douhairet-Porcheret, situado en el pintoresco pueblo de Monthelie, en el corazón de la famosa Côte de Beaune, trae consigo una historia vitivinícola de más de 300 años. Fundada originalmente por "monsieur" y "madame" Monthelie, la bodega ha pasado por varias generaciones manteniendo su profundo vínculo con la tradición y el territorio. El dominio, que se extiende sobre 13 hectáreas de viñedos, abarca las denominaciones de origen de Pommard, Volnay y Meursault, zonas famosas por la producción de algunos de los mejores vinos de Borgoña. En 1970, Armande y Charlotte Douhairet heredaron todo el patrimonio familiar, pero eligieron destinos diferentes: Charlotte decidió vender su parte de los viñedos, mientras que Armande abordó la idea de elevar aún más la calidad del dominio. La llegada de André Porcheret en 1989, hijo adoptivo de Armande y enólogo de gran talento, marcó una época de renacimiento para la finca. André, ya conocido por su papel de director de los Hospices de Beaune, puso en práctica técnicas innovadoras que mejoraron significativamente la calidad de la producción de vino, sin perder nunca de vista el respeto por la tradición.
La muerte de Armande en 2004 fue un momento difícil pero también representó un nuevo capítulo en la historia de la empresa: ese mismo año, a André se le unió su nieta. Unos diez años después, en 2014, Vincent, originario de Bélgica y socio de Cataldina, se mudó a Monthelie para incorporarse al negocio familiar. Cataldina y Vincent se convirtieron en el corazón del dominio Douhairet-Porcheret, trayendo consigo un profundo amor por la viticultura. Hoy, Cataldina y Vincent gestionan con pasión las 8 hectáreas de viñedos, atendiendo a 13 denominaciones diferentes. Su enfoque se caracteriza por un perfecto equilibrio entre tradición e innovación. La pareja modernizó la bodega y adoptó técnicas de vinificación sostenible, obteniendo la certificación HVE Nivel 3, un reconocimiento a su compromiso con la sostenibilidad. Por lo tanto, el dominio Douhairet-Porcheret representa no sólo un legado de excelencia enológica, sino también un ejemplo vivo de cómo el respeto por la tierra y la innovación pueden ir de la mano en la creación de vinos de extraordinaria calidad y carácter.